El Funcionario

Era el tiempo en que caen las flores. Trigésimo sexto año del reinado del emperador Xuánzong de la gran dinastía Tang, cuando un alto funcionario llegó a la avanzada edad en la que se extingue el mandato imperial.

En su juventud, después de aprobar los tres grados y superar las difíciles pruebas imperiales, había sido enviado para ocuparse de la administración en la capital de aquella remota región.

Ahora, después de las ceremonias de traspaso del mandato a un joven recién llegado de Chang’an, de las felicitaciones y celebraciones, se encontró con que todos aquellos años dedicados con fervorosa devoción a sus obligaciones habían pasado como un sueño.

En aquellos tiempos convulsos, encontró que su vida, su casa, su familia, y los objetos que había atesorado, no le satisfacían. Le parecía que todo su trabajo y dedicación no había sido más que una ilusión. Una excusa para acallar el sordo clamor de su corazón.

A su mente le vino aquel poema con el que Li-Bai se negó a volver a la corte, contestando al enviado imperial que le comunicó el perdón del Hijo del Cielo:

¿Me preguntas porqué vivo en estas colinas verde jade?
Yo sonrío, no hay palabras para expresar el sosiego de mi corazón.
La flor del melocotón es arrastrada por el arroyo.
Apartado del mundo he encontrado el cielo en la tierra.

Así que, después de arreglar los necesarios asuntos legales, hizo un hatillo con las cosas más necesarias y partió hacia las montañas azules buscando la inmortalidad. Tal y como habían hecho muchos otros antes que él. Dejando atrás la ciudad donde un enjambre de seres humanos se afanaban ajenos totalmente a la pureza del cielo y a la dureza del sol. Sospechaba que la inmortalidad física era imposible pero se decía después de todo, un instante de vida consciente es más valioso que miles de años viviendo en un sueño.

Allí, en una cabaña en la soledad, intentó vivir de acuerdo con los ritmos naturales.

Durante el verano, cuando el aire es cálido como el contacto de un cuerpo, se protegía con un sombrero de juncos y dormía la siesta arrullado por las cigarras soñando que era una mariposa que soñaba que era un hombre que soñaba.

Al llegar el otoño recogía zarzamoras, leechies, y frutas silvestres que la tierra generosa le brindaba y, con las primeras lluvias, recolectaba valiosas setas con poderes curativos.

En invierno, cuando la nieve llenaba de silencio el bosque, se refugiaba en su cabaña escribiendo poemas al resplandor rojo de las ascuas y, levantando una copa de licor que él mismo había destilado, brindaba a la luna y a su propia sombra sobre la nieve blanca.

En primavera, cuando los primeros brotes de hierba rompían el musgo, se extasiaba con la fuerza de la vida. Aparentemente tan frágil, pero tan tenaz.

Una mañana llamó a su puerta un joven vestido a la manera antigua y usando la elaborada cortesía que en la ciudad se consideraba anticuada le dijo:

Y diciendo esto se retiró haciendo una reverencia.

A partir de aquel momento, el funcionario se levantaba muy temprano y subía a la montaña hasta su lugar favorito desde donde escuchaba el lejano rugir del torrente que se rompía en el fondo del valle y contemplaba las formas cambiantes de la niebla que lo envolvía hasta que, bruscamente, el sol la rasgaba.

Un día bajó corriendo llamando al joven. Este salió de detrás de una roca:

A lo que el joven hizo una profunda reverencia ocultando una lágrima: